No,
no veo la lluvia
ni las densas sílabas con rostro de aire;
no veo el paladar de la neblina, con deseo,
llenando de imaginación los paisajes poseídos;
yo veo otras cosas para el alma.
El mar gris, por ejemplo;
el oleaje alto en señorío sin ojos, celeste,
a pesar de que no queda ni siquiera un soplo del sol,
o ese corazón momentáneo de los peces dorados;
otra cosa podría ser,
la orilla de la arena, remota en los nublados,
lisa en su plato sin huellas, sorda al bullicio
unida con una palabra triste y al tiempo airosa;
podría ser quizá, el gran silencio en el parque
donde solo quieren quedarse muchedumbres invisibles;
ahora al final, quedo yo
desorientado en la cacería de espejismos
y arriba, todo este revuelo de dioses confundidos
ya sean de agua, de viento, lentejas vivas,
con certidumbre de sombras
implacable espejo..
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